MUCHI FOREVER

BEAUCOUP DE JOTTERIE POUR TOUTES LES ÂGES!!!!

Mi foto
Nombre: Señorito Muchi
Ubicación: Mexico

Soy un tipejo bastante raro. Encantador pero al mismo tiempo insoportable; muy sociable o asquerosamente hermético; amoroso y también jijo de la tiznada. Estudié como todos (todos los que no son "guebones"), me "lisensié" en Relaciones Internacionales por la UNAM en 1989 cosa que me ha servido de muy poco profesionalmente, vivo sólo desde 1990, pasé nueve maravillosos meses en Inglaterra lavando platos y tendiendo camas cuando tenía 22 años. Radiero (me caga la expresión comunicador), esforzado promotor de cosas que nadie quiere oir, orgulloso padre de dos gatas de 15 años, fumador empedernido, alcoholico en rehabilitación, voyeurista exquisito, fan del soccer y todo lo que implica, narrador retirado "a la fuerza". Y muchas otras cosas más...

lunes, noviembre 13, 2006







Which Lost Character Are You?




You are Jack. Self-appointed hero and doctor extraordinaire, it's your job to save everyone. You have little time for fun and games, but you do like a good stiff drink every now and then. You prefer your stitches black and have been known to make gross pasta comparisons. And if anyone needs CPR or a tracheotomy, you're the correct person to go to.
Take this quiz!








Quizilla |
Join

| Make A Quiz | More Quizzes | Grab Code

miércoles, noviembre 08, 2006

EDUARDO

Ayer hace nueve años. Nueve años que han sido vertiginosos en algunos aspectos y en muchos otros han parecido como si purgara una condena eterna junto al Maligno. Para no variar, mi inconsciente trabaja más rápido que mis pocas neuronas y ayer martes 7 de noviembre me desperté a las 4:42 AM, así como hace nueve años a esa misma hora el mensaje de tu doctora nos estremeció a Vero, a tu hermano, a tu madre y a mí. A Vero y a mí no se nos olvida esa hora, teníamos un reloj digital frente a nosotros en esa fría sala de espera. Frío, sí, hacía mucho frío. Pero un frío que ya no sabes reconocer. No sabes si tienes miedo, si tienes sueño, tu cuerpo se separa de tu alma en un momento tan difícil como esos. Cómo recuerdo ese instante en que, jadeando, tu hermano y yo te llevamos cargando del coche hasta una camilla. Yo te sostenía de los hombros y, casi inconsciente, me dijiste “Cuando me ponga mejor dile a tu mamá que me haga frijol con puerco…”. Después de ello te perdimos. La tanatóloga nos susurró a Vero y a mí que “No quiere morirse…” ¡Qué momentos difíciles!

Y mil veces he dicho que ya no quiero ni debo llorarte, pero hace pocos días tu recuerdo y tu presencia fueron tan fuertes que empecé a sentir ganas de llorar al no poder hablarte por teléfono de madrugada y cagarnos de la risa como siempre lo hicimos, platicando de jotería y media o hablando de hombres (“¿Hay alguna otra cosa de que hablar?” Como sabiamente citabas de la peli de Almodóvar).
Pero ahora, nueve años después, me siento más reconfortado con la vida de haber compartido muchas cosas juntos. Y antes que ponerme a llorar, me pongo nostálgico de recordar muchos de esos momentos, tan variados, tan fuertes muchos de ellos, que quise finalmente sentarme a recordar cosas tuyas y mías.
Por donde empiezo… No sé, quizá por el primer día en que nos conocimos y me hiciste cara de fuchi. Pero después de una junta, donde hablamos de solistas, de directores, de repertorio, empezamos a congeniar y a llevarnos bien. Pocos días después me bautizaste con el sobrenombre que me acompaña de muchas maneras: el Muchi. Y cómo posteriormente fue variando, según tu gusto y tus ganas de joder: Mucher, Mucharacha, Bella Muchesa, la Very Muchiful, etc, etc, etc.
No se me olvida aquel día en que, habiéndome peleado con mi pendejísima jefa en Radio Mil, te hablé por teléfono y me dijiste “Ay, no pasa nada hombre, vamos al cine…” ¡Cómo!!! ¿Al cine? ¿En situación tan difícil??? Pues así fue… pasaste por mí a la radio en el célebre Cutlass blanco y nos enfilamos al Cine Latino. Vimos “Como agua para chocolate” y luego me llevaste a rastras a nuestro antro favorito de aquellos días: el Sacks (creo que así se escribía). Lugar donde, por cierto, nos íbamos una buena cantidad de viernes después de los conciertos de la Sinfo (y cuando tu mayiye estaba fuera, claro). Ups, que borracheras nos poníamos ahí. Pero de esas borracheras en las que ingieres alcohol al calor de la plática y la compañía y no para tratar de olvidar el presente y el futuro. ¿Te acuerdas que me echaste a andar en una de esas pedas a aquel bailarín de la Compañía Nacional de danza? Gabriel, se llamaba… uy, todavía conservo su teléfono y la viva imagen de verlo cómo acariciaba mi cara, consolando mi vano llanto con algún hombre pendejo que, para no variar, me había hecho daño.

Pero no sólo recorríamos antros (las tardeadas del Taller en domingo, jejeje, el antro aquel La Gloria –o la no sé qué- donde un fulano quería besarte a la fuerza, el Butter… donde una noche nos hemos divertido como nunca). No, nuestra amistad y nuestra conexión no estaba basada en antros, sino en lo chido de la vida, en disfrutar cada instante, cada plática y hasta cada enojo. Una noche, los dos muy melancólicos, medio borrachines, llegando de madrugada a la puerta de mi casa, y que ahí en tu coche escuchamos de principio a fin la Sexta de Carlos Chávez, sin hablar los dos, simplemente sollozando por una música rara que en ese momento nos conmovió. ¿Películas? Muchas… Las risotadas que pegamos cuando fuimos a ver “Átame” a aquel Cine Reforma, “Tacones lejanos” en el Latino, “La tarea 2” (cómo nos mojamos con el niño aquel que salía en la película y con quien, por juegos del destino, conocí después y estuvimos a punto de protagonizar un affaire), “Encuentro con Venus” y, probablemente por la que más te recuerdo: “La princesita”. Nunca se me va a olvidar tu cara cuando salimos de la sala de cine y simplemente –y muy conmovido- me dijiste… “Es bonita… qué bonita película…”

Pero también recuerdo las tardes y/o noches interminables en tu departamento. Esa tarde de viernes que me llamaste a la radio y dijiste con tono militar: “Te me vienes a mi casa, compras dos pollos rostizados –pides chilitos ¿eh?- y leeremos mi gloriosa nota del Mesías de Handel. Y no te tardes!!”. O bien un día que tu, muy virtuosa toda la tarde de sábado frente a la compu trabaje y trabaje mientras Vero y yo estábamos tirados en el suelo viendo Indiana Jones 3, con dolor de estómago de la risa (no sabemos, hasta la fecha, de qué reíamos) y tragando chocolates.
Los viajes… Ufff, la célebre aventura rumbo a Sacramento para escuchar la Sinfonía del mar… Aquella mañana en Los Ángeles comprando cosas absolutamente innecesarias en un mall y de regreso al aeropuerto nuestro vuelo tenía un retraso de cómo 8 horas. Tus palabras fueron sabias: “Bueno, ¿qué podemos hacer? ¡Bebamos martinis!”. Conclusión, llegamos al DF a las 4 de la mañana ahogados de borrachos, jejeje.
Gracias a ti, mi querido Eduardo, comencé a enamorarme de la música barroca, y comencé a escuchar en serio a Handel y Rameau. Pero también gracias a ti escuche TODOS los discos habidos y por haber de tu Diosa adorada: Olivia Newton-John; e igualmente conocí a la infame cantante Enythma Sensual (cuyo cassette estoy por recuperar, ya no puedo vivir sin él y sin escuchar hits como “Acapulco puerto de ensueño”, “Amo a la vida” o la cumbia “Un clavo saca a otro clavo…”.
Y claro… cómo olvidar aquella tarde en la que nació la hoy tan gustada “Éxita”, y que se fue transformando en varias categorías, según el caso: Antiéxita, fracasa, etc etc etc. Pobrecitos los pasajeros de ese vuelo de Mexicana rumbo a L.A. cuando me preguntaste: “Muchi ¿tu te acostarías con un robot?” Y contesté tajante que jamás… Pensaste un rato, y después dijiste “Pues yo sí: éxita cibernética…”. Acto seguido, carcajadas de viejas locas que hicieron voltear a todos los pasajeros y a la tripulación.
Episodio curioso también… Una noche entre semana llegaste a mi depa como a las 10 y te pregunté qué hacías ahí. “Ah, nada, vengo del doctor, me acaban de operar de las hemorroides, entonces como “E” no está, no vaya a ser que me desangre en mi casa así que me vine a quedar aquí…”. Y claro, compulsivo como eras, compraste un paquetote de toallas femeninas “para la hemorragia”. Además, le hablamos a Vero, fuimos a cenar al Vips y, de pilón, me dormí en el suelo pues el señorito tenía que dormir en blandito.
Y varios de mis cumpleaños. Cuando cumplí 26 “E” y tu me organizaron una fiesta sorpresa en casa de quien sabe quiénes eran; y cuando cumplí 28 llegaron tu y él, bajaditos del avión desde Nueva Zelanda, para ir a mi fiesta en mi mini-depa donde, esa noche, cupieron 38 personas. Mi regalo en esa ocasión una playera que me compraste: “Wanted good man…”. Y que, hasta la fecha, me da pudorcillo ponermela.
Son tantas cosas, querido Eduardo, muchas.
No creo poder seguir escribiendo, como que me intoxiqué con tantos recuerdos y con tu obvia ausencia.
Apenas ayer leí en un espacio como éste de la pérdida que sufrió un amigo mío muy querido de uno de sus mejores amigos. En un momento él se refería a él como “su ángel de la guarda”. Curioso, después de tu muerte comenzaron a pasar cosas muy raras en mi casa (y, creo que vine cargando con tu fantasmita a donde ahora vivo, pues siguen ocurriendo…). Al platicarle esto a mi mamá simplemente me dijo “Es que Eduardo YA es tu ángel de la guarda.” Y sí, eso creo que eres, y así las circunstancias de vida de pronto no han sido las mejores, siento que tu apoyo, tus palabras y regaños y tu típico comentario de “No pienses como pobre, siempre piensa como si fueras muy rico…” siempre me retumba en la cabeza cuando tengo que pagar la renta.

Te extraño, Eduardo

viernes, noviembre 03, 2006

MAURICE RAVEL (1875-1937)

Pavana para una infanta difunta

En el Grove Dictionary of Music and Musicians (edición empolvadísima -pero bella- de 1918) encontramos que una pavana es: “Una danza cortesana del siglo XVI y principios del XVII. Existen cientos de ejemplos en las obras de la época para conjuntos, teclado y laúd; entre ellas muchas de las más inventivas y profundas composiciones del período renacentista tardío. La pavana tuvo casi con toda certeza un origen italiano ya que tanto ‘pavana’ como ‘padoana’ son adjetivos que significan ‘de Padua’, por lo que presumiblemente dicha ciudad dio nombre a esta danza. Algunos musicólogos, sin embargo, han sugerido una posible derivación del vocablo castellano pavón o pavo real, basados en una supuesta semejanza entre los dignos movimientos de la danza y el despliegue de las plumas de un pavo real. La pavana es de carácter sosegado y fue empleada con frecuencia a manera de danza procesional introductoria... Según prescribía Arbeau, la música de una pavana debía ser invariablemente de métrica binaria (es decir, dos o cuatro tiempos por compás según las transcripciones modernas) y debía consistir de dos, tres o cuatro secciones de estructura métrica regular, cada una repetida.”

Con esta definición en mente nos percatamos por qué esta danza tan elegante significaba tanto para un personaje refinado como lo fue Ravel. Seguramente fue en la clase de composición de Gabriel Fauré que Ravel encontró inspiración en la forma de la pavana para escribir una; en este sentido, podemos encontrar el antecedente directo de la Pavana de Ravel en la hermosa y atmosférica Pavana Op. 50 que escribiera Fauré en 1886 con un coro ad libitum que canta un texto de Robert de Montesquiou.
Fue en 1899 que surgió la Pavana para una infanta difunta como una pieza pianística que su autor, ni tardo ni perezoso, dedicó a la princesa Madame Edmond de Polignac, especialmente porque a este hombre le subyugaba codearse con el jet set francés, y qué mejor oportunidad que ofrendar su delicada partitura a una distinguida mecenas de las artes en París. En su versión original para piano solo se estrenó esta Pavana el 5 de abril de 1902 (junto con los Juegos de agua del mismo autor) en un concierto auspiciado por la Sociedad Nacional en la Sala Pleyel parisina con uno de los grandes amigos de Ravel: el fantástico pianista catalán Ricardo Viñes. La pieza gozó de un éxito instantáneo en tiempos en que Ravel se disponía a escribir su Cuarteto para cuerdas y había realizado incontables partituras para el célebre Premio de composición de Roma. Aún así, tuvieron que pasar unos ocho años para que Ravel, consciente y orgulloso de sus incuestionables dotes instrumentales, tomara la Pavana para piano y la transformó en una obra orquestal que ensalza su elegancia original y logra ambientes muy sugerentes gracias a su orquestación vaporosa, delicada y transparente, en la que en todo momento -y desde el principio- se luce el corno francés. En esta forma fue presentada por vez primera en Manchester (Inglaterra) bajo la dirección de Sir Henry Wood, en una serie de conciertos denominada Gentlemen’s Concerts (¿Conciertos sólo para caballeros??) El 27 de febrero de 1911.
Al escuchar el original para piano y su posterior orquestación, la Pavana para una infanta difunta de Ravel puede sugerirnos varias sensaciones casi visuales, especialmente en una época en la que predominó el impresionismo pictórico (y el musical con Debussy). No por ello debemos ubicar a Ravel dentro de esa corriente (así es, con todo respeto lo afirmo pero Ravel NO fue impresionista); aunque han habido varios que trataron de imponer textos o imágenes específicas a la fuerza a esta Pavana. Sarcástico y ácido en sus comentarios como siempre se distinguió Ravel, alguna vez dijo que llamó así a esta obra pues “le gustaba el sonido de sus palabras en conjunto: Pavane pour une Infante Défunte”, nada más por eso. Seguramente Ravel pasó de largo que las pavanas eran tocadas en iglesias como gesto de veneración para dar el último adiós a los muertos, de acuerdo a antiguas tradiciones españolas (y mire que Ravel llevaba harta sangre vasca en sus venas). Igualmente curioso es saber que la autocrítica devastadora de este francés no estuvo exenta en la Pavana (como años después ocurriera con su Bolero), al sentenciar que “su forma es bastante pobre” debido a la “influencia excesiva de Chabrier”. Así encontramos que no fue tanto la Pavana de Fauré la que influyó en esta partitura de Ravel, sino el Idilio de las Diez piezas pintorescas (1881) de Emmanuel Chabrier.
Como quiera que sea y olvidando todo lo anterior, ¿acaso no es bello escuchar esta música frente a una escena acuática de Monet, algún cuadro de Seurat como Un Dimanche d’été à l’lle de la Grande Jatte o Le Seine au Courbevoie, o el evocativo Columpio de Renoir?
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Blogarama - The Blog Directory Blogs México