MUCHI FOREVER

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Nombre: Señorito Muchi
Ubicación: Mexico

Soy un tipejo bastante raro. Encantador pero al mismo tiempo insoportable; muy sociable o asquerosamente hermético; amoroso y también jijo de la tiznada. Estudié como todos (todos los que no son "guebones"), me "lisensié" en Relaciones Internacionales por la UNAM en 1989 cosa que me ha servido de muy poco profesionalmente, vivo sólo desde 1990, pasé nueve maravillosos meses en Inglaterra lavando platos y tendiendo camas cuando tenía 22 años. Radiero (me caga la expresión comunicador), esforzado promotor de cosas que nadie quiere oir, orgulloso padre de dos gatas de 15 años, fumador empedernido, alcoholico en rehabilitación, voyeurista exquisito, fan del soccer y todo lo que implica, narrador retirado "a la fuerza". Y muchas otras cosas más...

jueves, agosto 03, 2006

ISAAC ALBÉNIZ



...A petición del usuario rayoflight...

Por cuestiones de genialidad, maestría en sus obras, y sólidos conceptos artísticos, los grandes compositores españoles que se citan a diestra y siniestra en libros y enciclopedias, siempre incluyen en los primeros lugares a las figuras de Tomás Luis de Victoria, el Padre Antonio Soler, Manuel de Falla, y -en lugar de privilegio- Isaac Albéniz (1860-1909). Ello no es descabellado, pues aunque sus colegas antes mencionados fueron piedra angular de la idiosincrasia musical española y sus respectivos catálogos fueron más sustanciosos -aparentemente-, el legado de Albéniz debe ser reconocido como uno de los más sólidos e imaginativos, especialmente en el campo de la música para piano y para guitarra.

Nacido, al parecer, con buena estrella, Albéniz fue llamado niño prodigio por el profesor del Conservatorio de París Antoine François Marmontel; a sus siete años, y a pesar de tanto elogio, no fue aceptado en tan consagrada institución. Pero buen pianista era el muchacho, y dado a que este tropiezo tuvo lugar en un momento de su vida en el que no podía ser razón para deprimirlo (como ocurre con todos los seres humanos cuando son tiernos e inocentes), decidió emprender -un año después- una gira de conciertos con su padre por Cataluña. Precoz era también, y con diez años de edad a cuestas Albéniz determinó que se fugaría de Madrid con rumbo a El Escorial, con la intención de convertirse en pianista de un casino. Y solo, solito el tierno muchacho, empacó maletas una y otra vez para ofrecer conciertos en localidades de Castilla. Atribulado por la “vida real”, Albéniz tuvo que sufrir otras aventuras dignas de algún episodio de Indiana Jones: fue asaltado por unos rufianes quienes lo despojaron de su equipaje en uno de esos viajes; de regreso al hogar con doce años no tenía otra alternativa más que volverse a fugar (¿se lo achacaremos a sus hormonas?), ahora con destino a Andalucía.

Llegó a Cádiz, subió a un barco como polizón, y zarpó rumbo a Sudamérica. Ahí se ganaba la vida tocando el piano en Argentina, Brasil, Uruguay y Cuba. Y... ¡Oh sorpresa! En la hoy célebre “isla de Fidel” se vino a encontrar con quien menos quería: su padre. Tal parece que discutieron acaloradamente, pero el triunfador de la trifulca fue el joven Albéniz, quien convenció a su progenitor que le permitiera viajar a Nueva York... y así lo hizo. Recorrió la Unión Americana con avidez, llegando hasta San Francisco, y posteriormente, ya hecho un perfecto “hombre de mundo”, regresó a España en 1873, con la cartera llena de billetes y con una madurez que cualquier muchacho de su edad podría añorar.

En esa posición envidiable, Albéniz continuó sus viajes, pero ahora con el propósito de perfeccionar su arte. Trabajó con el célebre Salomón Jadassohn -quien fuera profesor del “Mozart inglés”: Pinto- y con Carl Reinecke. Pero un golpe fuerte habría de llegar a su vida: su hermana Blanca se suicidó un año después del regreso del joven, al ser rechazada del Teatro de la Zarzuela como cantante.

Aunque la vida de este hombre fue tan atribulada, lo más importante de su paso por esta Tierra fueron las obras que nos legó, y que muestran un importante paso en el idioma pianístico español con vistas al siglo XX. Su creación total, especialmente de la colección de los cuatro cuadernos de Iberia, está llena de una personalidad musical distinta, original, y no sólo en el ámbito español sino también en el europeo. Justamente, para músicos y estudiosos la obra maestra de Albéniz es, definitivamente, la antes mencionada, y que surgió gracias a la influencia de Debussy. Tiempo después de la muerte de Albéniz su cercano amigo Enrique Fernández Arbós se dio a la tarea de vestir con hermosos y brillantes ropajes orquestales a cinco de las doce piezas pianísticas de Iberia. Como era de imaginarse, cada una de las piezas contenidas en esta colección muestra, de una forma un tanto programática, aspectos diversos de la vida y la música española y a través de las cuales el músico logra expresarse de una manera personalísima y profunda.

La primera de las piezas orquestadas es Evocación, “una página poética perfectamente situada como pórtico de la Iberia”, en palabras de Antonio Fernández-Cid. A continuación viene el Corpus Christi en Sevilla que es nuevamente explicado por Fernández-Cid: “Se trata, desde luego, de relatar una impresión de la celebración del Corpus en Sevilla. Con su característico ritmo de tambores parece acercarse la procesión y bien pronto descubrimos la popular melodía de La Tarara que va tomando vida e intensidad con sucesivas modulaciones y enriquecimiento armónico. Sobre La Tarara irrumpe la copla que se extiende majestuosa sobre el nerviosismo de la música. Nueva aparición de la Tarara en su forma rítmica y tras un desarrollo de gran virtuosismo deja paso a una evocación de exquisitas sonoridades.”
Posteriormente viene Triana: “el típico barrio sevillano, lo ha visto Albéniz como una apoteosis de color, lograda con la persistencia de un ritmo de siguiriyas. El tema central es citado por Joaquín Turina como una de las páginas más inspiradas de la historia de la música.” La cuarta de las piezas es El puerto: “Es de suponer que se refiere al Puerto de Cádiz. Hay un ritmo claro de zapateado, en los graves, como bordón de guitarra, que se mantiene como basamento y elemento de unidad a través de toda la pieza.” Termina la orquestación de Fernández Arbós con El Albaicín: “Una guitarra suena en el barrio gitano de Granada. El autor pide melancolía. Luego, tras un silencio, surge –también aquí- la copla.” Es importante decir que en esta sección pueden respirarse influencias orientales de los moros en los gitanos. Claude Debussy llegó a afirmar que, ésta, era una de sus piezas favoritas: “Pocas composiciones pueden llegar a la altura del Albaicín. Uno redescubre fragancias de las noches españolas floreciendo por doquier. Uno puede escuchar los sonidos de una guitarra que canta dolorosa en la noche con repentinos despertares.” Cabe anotar que no sólo Fernández Arbós estuvo interesado en orquestar alguna de la música de Albéniz; también Carlos Surinach dio su aportación a la orquestación de “otra” Suite Iberia. Además, hablando de otras de sus partituras, el mexicano Manuel M. Ponce se dio a la tarea de orquestar la ópera Merlín, escrita por Albéniz en 1905. Y el director de orquesta Rafael Frühbeck de Burgos se dio a la tarea de transcribir la Suite española.

La obra antes mencionada es, quizá, no tan sobrehumana en cuanto a alcances técnicos como ocurre en el caso de Iberia. Sin embargo, su importancia es capital en su catálogo. Sobre esta Suite, Antonio Fernández Cid nos informa: “Lleva el número 47 de obra y se cree escrita en los años 1876 y 1877, cuando Albéniz ya tiene clara conciencia de su genio. Granada es una serenata dulce, amable, nostálgica, romántica, primera de las repetidas ofrendas que el autor brinda a la ciudad de los Cármenes. Cataluña es, junto con Catalonia, siquiera con menos importancia que este ejemplo orquestal, la única ofrenda rendida por el músico a su tierra de origen, harto vencida en la producción por otras muchas regiones y, particularísimamente por la andaluza. El fragmento es una ‘corranda’, danza ruda, melancólica, de vuelo relativo. El manuscrito lleva la fecha de 24 de marzo de 1886, lo que viene a demostrar hasta qué punto es peligroso fiarse por completo de referencias cronológicas, ya que en estas colecciones no todos los fragmentos se escribieron en la misma época. Sevilla, en realidad, no precisa comentarios. Se muestra de una de las muestras más populares, fragantes, logradas y personalísimas de todo el catálogo albeniziano. Las ‘sevillanas’ vibran, se estilizan, percuten y hallan contraste para su dinámico despliegue en la copla central (...) y en el romántico período de transición. Cádiz, canción intercalada ulteriormente, coincide con la ‘serenata española’ catalogada con el número 181 de ‘opus’. También se piensa en la guitarra y también la arquitectura rítmica denota la mano maestra del autor, como la dulce fluidez melódica, su inspiración. Por fin, Aragón coincide con uno de los números de las ‘dos danzas españolas’, de la obra 164. Se trata de una fantasía sobre el tema de la ‘jota’, que encierra dos alegres y peculiares coplas.”

Y ahí termina Fernández Cid. Sin embargo, en algún momento de su trabajo musicológico dice que existen muchas otras piezas de Albéniz (tanto del catálogo pianístico como del que está dedicado a la guitarra) que se han incorporado con el tiempo en el seno de esta Suite. Ahora falta escuchar la música y recordar las aventuras de Albéniz por el mundo, y encontrar cómo retrata con tanta originalidad las localidades españolas que él adoraba. Definitivamente, se nota que el hombre era un viajero que sabía captar el carácter, a pasión y la belleza de los lugares que pisaba.

2 Comments:

Blogger M said...

Ay, qué chulada de hombre es JoséMa :)

7:19 p.m., agosto 03, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Isaac Albeniz......¿Francmasón?

9:09 a.m., noviembre 18, 2006  

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