MUCHI FOREVER

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Nombre: Señorito Muchi
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Soy un tipejo bastante raro. Encantador pero al mismo tiempo insoportable; muy sociable o asquerosamente hermético; amoroso y también jijo de la tiznada. Estudié como todos (todos los que no son "guebones"), me "lisensié" en Relaciones Internacionales por la UNAM en 1989 cosa que me ha servido de muy poco profesionalmente, vivo sólo desde 1990, pasé nueve maravillosos meses en Inglaterra lavando platos y tendiendo camas cuando tenía 22 años. Radiero (me caga la expresión comunicador), esforzado promotor de cosas que nadie quiere oir, orgulloso padre de dos gatas de 15 años, fumador empedernido, alcoholico en rehabilitación, voyeurista exquisito, fan del soccer y todo lo que implica, narrador retirado "a la fuerza". Y muchas otras cosas más...

sábado, marzo 17, 2007

Ya que va a empezar la Primavera...


IGOR STRAVINSKY (1882-1971)

La consagración de la primavera
Escenas de la Rusia pagana

La consagración de la primavera de Stravinsky pertenece a esa clase de producciones artísticas que, gracias a su significado, se acercan dramáticamente al término de “manifiesto creativo”. En esta música no sólo se encuentran enormes contradicciones estéticas –como infinidad de críticos han señalado, quizá para despejar a la obra de sus “rudas virtudes”- sino también lo que vino a materializarse en un nuevo sistema de lenguaje musical. Debido a ello, La consagración... ha ejercido una enorme influencia en la transformación de lo que fueron las tendencias sonoras en las postrimerías del siglo XIX junto a lo que estalló (musicalmente hablando) en todo el siglo XX.
Las Escenas de la Rusia pagana, como Stravinsky gustaba llamar a su obra, fueron creadas en la época anterior a ese enorme vendaval político, social y cultural, provocado por la primera guerra imperialista; y así, esta partitura fue vecina –casi tête à tête- de obras como el Prometeo de Scriabin, Las campanas de Rajmáninov, El castillo de Barbazul de Bartók, Pierrot Lunaire de Schönberg, Dafnis y Cloé de Ravel y Elektra de Strauss. Quizá todas estas partituras tengan temáticas diversas; sin embargo, reflejan la originalidad de cada uno de sus autores. Aún así, todas ellas comparten un elemento común: la premonición de un cataclismo cercano y el reordenamiento de la sociedad, así como una señal muy violenta de alarma ante eventos desconocidos y ciertamente desesperanzadores. Para poder expresar ese ambiente de incertidumbre eran necesarias vías de divulgación muy intensas y expresionistas. En aquellos años surgieron corrientes artísticas de la preguerra de carácter burgués, muchas de ellas harto extremistas, como el Fauvismo, los Acmeístas de la poesía rusa y los futuristas. La sensación artística que propiciaron fue de un primitivismo muy crudo, original en exceso, con emociones exacerbadas y paisajes exóticos. Y esa es la misma atmósfera que propone La consagración de Stravinsky, que él mismo definió hacia 1910 –época en que concibió el ballet El pájaro de fuego- en estos términos: “...se alza el cuadro de un ritual pagano sagrado: los astutos ancianos están sentados en círculo y observan la danza previa a la muerte de la joven que están ofrendando como sacrificio al Dios de la Primavera para así obtener su benevolencia. Esto se convirtió en el tema de La consagración de la primavera.”
Stravinsky y Charles Chaplin (1937)
Stravinsky concibió y realizó esta partitura entre 1912 y 1913. Para ese momento su idea original del ballet había cambiado considerablemente y, de hecho, el coreógrafo asignado a la producción de este ballet (Michel Fokine) se encontraba muy ocupado con la coreografía de Dafnis y Cloé de Ravel, por lo que el sustituto perfecto fue Vaslav Nijinski. Entretanto La consagración esperaba fechas de estreno, su autor puso manos a la obra en otro ballet: Petruchka.
Nijinsky, fotografiado por Stravinsky en Montecarlo (1911) -Guapo ¿no?-

La comisión de La consagración le llegó a Stravinsky al igual que para sus otros dos ballets gracias a la solicitud que le hiciera Sergei Diaghilev, director de los Ballets Rusos de París. Dicha compañía presentó el nuevo ballet de Stravinsky en el Teatro de los Campos Elíseos de la ciudad luz el 23 de mayo de 1913, siendo protagonista de una de las historias más dramáticas en los anales de la música universal. Pierre Monteux dirigió en medio de un torrente de silbidos, gritos y abucheos de desaprobación; los bailarines debían tener cuidado de no ser golpeados por las butacas que el público, enardecido, arrancaba de sus lugares y lanzaban al escenario; el célebre Claude Debussy no sabía qué instrumento se escuchaba al inicio de la partitura (él decía que era un corno inglés, aunque lo correcto es un fagot); algunos asistentes más aventurados metieron a la sala del legendario teatro cláxones de automóviles para hacerlas sonar cual porra “cruz-azulina”. Esa noche, París se convirtió (aún más) en el centro artístico del orbe, y Stravinsky y su flamante ballet se transformaron en un par de ogros de filosos dientes y olor pútrido. A la salida del teatro, Stravinsky –como se puede imaginar- tuvo que salir custodiado por sus seguidores y al preguntársele su opinión del escándalo, afirmó desconsolado: “Conozco esta música muy bien y tengo tanto cariño por ella que no puedo entender el proceder de la gente, protestando contra ella prematuramente sin escucharla con cuidado.”
Carlos Chávez y Stravinsky en Nueva York
Pero sabemos de los jirones (sic) de la vida y tiene enormes ironías: en abril de 1914 La consagración de la primavera fue presentada en versión de concierto en el Casino de París, nuevamente con la batuta de Pierre Monteux y, ¿cuál fue la reacción del público entonces?: Un verdadero éxito. ¿Qué explicación podemos encontrar ante acontecimientos tan contrarios? Se dice, pues, que lo que al público molestó aquella célebre noche de mayo de 1913 no fue la música de Stravinsky, sino la caótica coreografía de Nijinski. Lo único que el autor deseaba transmitir a través de su discurso sonoro era “expresar el brillante despertar de la naturaleza, que es restaurado en la nueva vida –un despertar completo, espontáneo, un despertar de la concepción (maternal) universal.”
Con esa premisa en mente, habiendo cruzado el umbral de un siglo y del tercer milenio, aún ahora la música de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky nos suena no sólo enraizada en un primitivismo de la humanidad que parece no haber cambiado en absoluto, sino también nos permite acceder con cada uno de sus complicados impulsos rítmicos y coloristicos a un mundo que ya no podrá transformarse, de una época que nos hizo sentir superhombres en el universo y que nos ha lastimado sin querer sentirlo. Es, pues, La consagración de Stravinsky el más intenso resumen sonoro del siglo que parecía nunca iba a terminar.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Caricatura de Stravinsky realizada por Gerard Hoffnung

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