Cármina Burana (Segunda y última parte)
Planteada la realidad insoslayable de Carl Orff y su música, y dejando de bailar por un momento en la tumba de este hombre, pasemos a revisar el contenido de Cármina Burana (at last!): Antes que nada, se preguntará el porqué este redactor hace alusión (una y otra vez) a la presente obra de Orff como Cármina Burana, así, con la primera “a” acentuada. Esto es con un solo propósito: bien conocemos la anécdota alrededor de un promotor cultural en ciernes a quien se le presentó el presupuesto para la presentación en concierto de Cármina Burana (muy elevado a diferencia de un concierto “común”). No hubo que esperar mucho para que el “culto” señor preguntara por qué esa señora “Carmina” cobraba tan caro por presentación. Así, es mejor que todos pronunciemos “Cármina” y no esperemos que la soprano que canta tan bellas secciones en esta partitura sea la mismísima señora o señorita “Burana”.
Los textos de Cármina Burana encuentran su origen en la personalidad de los goliardos, terminología acuñada en el siglo XII para referirse a los clérigos errantes. Por su parte, se dice que el origen de esa palabra (goliardos) tiene que ver con los seguidores de Golias, un hombre de fantástica cultura, pero que compartía el amor a las artes y las letras con aquel de la gula y los placeres carnales. Otro de sus posibles orígenes (y que se marca como el más factible), viene de una derivación francesa de la palabra “gula”. Y se preguntará por qué les llamaban así. La respuesta es sencillísima: los goliardos, arrojados con toda diversión a los bajos placeres, gustaban de exhibirse desnudos por la calle, visitaban con frecuencia tabernas y prostíbulos. Además, su “fina” personalidad estaba adornada por la blasfemia, aunque ello no era impedimento para que siguieran cultivando sus estudios. Así, la vasta cultura de los goliardos se ve reflejada en la serie de textos en latín, francés y alemán antiguos del siglo XIII encontrados por ahí del año 1800 por J.A. Schmeller en el monasterio benedictino de Beuron, en Baviera, en los cuales se celebra el amor carnal, el placer por el vino y la comida, la música, y también por la Naturaleza. En resumen, Cármina Burana significa Canciones de Beuron (o Beuren). Orff entró en contacto con la antología de estos versos alrededor de 1935 y no sólo se sintió fascinado por el contenido de ellos, sino por una reproducción de la rueda de la fortuna que aparecía en la portada. Para la elección de los textos, Orff solicitó el apoyo de Michel Hoffman, ordenándolos en tres partes.
El asunto más complejo alrededor de esta obra es encuadrarla en algún género específico. De tal suerte, los entendidos han tratado de definirla como Cantata dramática, unos más como Cantata escénica, y hasta el término de Oratorio escénico le ha sido aplicado. Pero las palabras de Orff son más elocuentes; él mismo señaló que su Cármina Burana es – ¿está usted sentado?: Cantiones profanae cantoribus et choribus cantadae comitantibus instrumentis atque imaginibus magicis, lo cual significa, llanamente, Canciones profanas para ser cantadas por cantantes y coro con acompañamiento de instrumentos e imágenes. Para conseguir lo anterior, el músico concibió Cármina Burana para un extraordinario ejército de músicos y cantantes que incluye tres solistas vocales, coro, semicoro, un conjunto orquestal de dimensiones monstruosas que incluye dos pianos y una enorme dotación de percusiones. Obviamente, el “espectáculo” debía complementarse con actores y bailarines, y así obtener una obra de arte total. En lo que se refiere a su lenguaje tan peculiar, Orff echó mano de varias influencias que tuvieran, como común denominador, el ser músicas populares y poco estilizadas (es decir, poseedoras de fuerza expresiva y rítmica) como el canto llano, algunas canciones folklóricas medievales y hasta el cante flamenco. Con ello el autor logró una sonoridad que carece de contrapunto y del desarrollo de las grandes formas musicales, pero que le proporcionan (junto al irrebatible color orquestal) un carácter primitivo, manejando motivos yuxtapuestos con repeticiones en ostinato, lo cual marca la intensidad de los episodios más dramáticos o climáticos.
Cármina Burana abre con una de las músicas corales más famosas del universo (honor compartido con el Aleluya de Handel, la Oda a la alegría en la Novena de Beethoven o el Va pensiero de Nabucco de Verdi): O Fortuna, velut Luna, que establece el carácter general de la obra. Después viene la primera parte, Primo vere, cuyo ambiente es totalmente festivo y en donde se cantan loas y se ejecutan danzas exaltando a la Naturaleza. La segunda parte, In Taberna, está totalmente dominada por las voces masculinas, que narran todos los acontecimientos típicos de una taberna medieval. Más tarde, la sección final, Cours d’amour, nos habla de las atribulaciones y delicias del amor; en contraste con las partes anteriores, Orff utiliza a las níveas voces de la soprano y el coro infantil para dar un toque lánguido a dicha sección. Para terminar, este trozo se combina con un fantástico recitativo coral que presenta a cada uno de los “protagonistas” de la “historia” y culmina en la reaparición del coro inicial. Esto no es fortuito si pensamos que Orff estructuró Cármina Burana como un sistema cíclico en el que se simboliza a la rueda de la fortuna, o de Karma (si lo prefiere usted) –y hasta del ciclo lunar, por qué no. Como lo afirma un estudioso: “Esto es metáfora de un mundo cerrado que se contiene a sí mismo y cuyas leyes son inmutables. Más allá de sus posibles resonancias ideológicas, este diseño arquitectónico de Cármina Burana es uno de sus rasgos más admirables en virtud de su excelente trazo y realización.”
Para concluir es imperativo dejar claro que, por muchos dimes y diretes que existan alrededor de Cármina Burana y Carl Orff, el público siempre será el principal beneficiado con el impresionante delirio general que provoca su audición. Sea “música fascista” –como se le ha llegado a denominar en algunos ámbitos-, “música barata” o una pieza artística efectista y que conmociona a cualquier alma por lo directo de su expresión, debemos reconocer la forma en que, desde su estreno en Frankfurt el 8 de junio de 1937, ha sabido colocarse muy por encima de otras obras geniales de la historia de la humanidad. Lástima que todas esas obras (quizá bastante mejores pues, aunque nos moleste admitirlo, Cármina Burana no es la obra maestra de Orff –escuche usted su Comedia para el fin de los tiempos y estará de acuerdo conmigo) no gocen de la misma popularidad. Así, mi premisa inicial del por qué dicha partitura embruja a todo el mundo sólo puede ser contestada con las incisivas palabras de mi adorado amigo Eduardo Neri: “Cármina Burana viene a ser como una especie de ‘material girl’, la Madonna de la música de concierto. I’m Crazy for you, my Lucky Star. You’re Like a Virgin, my Cármina Madonna.” Por ello no es gratuito el epígrafe que corona esta nota. Léalo otra vez y entenderá que Cármina Burana es esa música que, como ninguna otra, permite la comunión de la gente, y lo mismo agrada a la burguesía que a los rebeldes.
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